viernes, 19 de diciembre de 2014

Libro del Caballero Zifar.

  (...). «Ciertas», dijo Roboán, «así lo quiera, ca lo que Dios comienza nos por acabado lo debemos tener; ca Él nunca comenzó a hacer merced así como vos veis; no hay caso por que debemos dudar que Él no lleve y dé cima a todos; y por amor de Dios os pido, señor, por merced, que me queráis perdonar y enviar y que no me detengáis, ca el corazón me da que muy aína oiréis nuevas de mí». «Ciertas», dijo el Rey, «hijo, no me detendré, mas bien es que lo será tu madre, ca cierto soy que tomará en ello gran pesar». «Señor», dijo Roboán, «conhortadla vos con vuestras buenas palabras, así como soy cierto que lo sabréis hacer, y sacadla de pesar y traedla a placer». «Ciertas», dijo el Rey, «así lo haré cuanto yo pudiere; ca mi voluntad es que hagas lo que pusiste en tu corazón, ca creo que buen propósito de honra es que demandas, y cierto soy que, si bien lo siguieres y no te enojares, que acabarás tu demanda con la merced de Dios; ca todo hombre que alguna cosa quiere acabar, tan bien en honra como en al que hacerse puede, habiendo con qué seguirla, y fuere en pos ella y no se enojare, acabarla ha ciertamente. Y por ende dicen que aquel que es guiado a quien Dios quiere guiar».
Y luego el Rey envió por la Reina que viniese y donde ellos estaban, y ella fue y venida luego, y asentose en una silla luego que estaba en par del Rey, y el Rey le dijo: «Reina, yo he estado con vuestros hijos así como buen maestro con los discípulos que ama y ha sabor de enseñarlos y aconsejarlos y castigarlos porque siempre hiciesen lo mejor y más a su honra. Y en cuanto he yo en ellos enmendado, como buenos discípulos que han sabor de bien hacer, aprendieron su lección, y creo que si hombres hubiese en el mundo que obraren bien de costumbres y de caballerías, que estos serán de los mejores. Y Reina, decíroslo he en qué lo entiendo; porque Roboán, que es el menor, así paró mientes en las cosas y en los castigos que yo les daba, y así los guardaban en el arca del su corazón, que no se puede detener que no pidiese merced que le hiciese algo, que le diese trescientos caballeros con que fuese probar el mundo y ganar honra; ca el corazón le daba que ganaría honra así como nos, con la merced de Dios, o por ventura mayor». Y ciertas, bien así como lo dijo, así me vino a corazón que podía ser verdad. Y Reina, véngaseos en mente que antes que saliésemos de nuestra tierra os dije el propósito en que yo estaba, y que quería seguir lo que había comenzado, y que no lo dijésemos a ninguno ca nos lo tendrían a locura. Y vos respondístesme así: que si locura o cordura, que luego me lo oyerais decir, os subió al corazón que podría ser verdad, y aconsejástesme así: que saliésemos luego de la nuestra tierra; e hicímoslo así, y Dios por la su gran merced, después de grandes pesares y trabajos, guiemos y endrecemos así como veis. Y ciertas, Reina, eso mismo podría acaecer en el propósito de Roboán».



«A Dios digo verdad», dijo la Reina, «que eso mismo me aconteció ahora en este propósito de Roboán; ca me semeja que de todo en todo que ha de ser un gran emperador». Pero llorando de los ojos muy fuertemente, dijo así: «Señor, comoquiera que estas cosas vengan a hombre a corazón, y cuido que será mejor, si la vuestra merced fuese, que fincase aquí convusco y con su hermano, y que le hicieseis mucha merced y lo heredaseis muy bien, que asaz habéis en qué, loado sea Dios, y que no se fuese tan aína, siquiera por haber nos alguna consolación y placer de la soledad en que fincamos en todo este tiempo, cada uno a su parte, y pues Dios nos quiso ayudar por la su merced, no nos queramos departir.»
«Señora», dijo Roboán, «¿no es mejor ir aína a la honra que tarde? Y pues vos, que sois mi madre y mi señora, que me lo debíais allegar, vos me lo queréis detardar, ciertas, fuerte palabra es de madre a hijo». «¡Ay, mío hijo Roboán!», dijo la Reina, «mientras en esta honra dure en que estoy, si no la quise para vos más que vos mismo». «Pues, ¿por qué me lo queréis destorbar?», dijo Roboán. «No quiero»; dijo la Reina, «mas nunca a tal hora iréis que las telas del mi corazón no llevéis convusco, y fincaré triste y cuitada pensando siempre en vos; y mal pecado, no hallaré quien me conhorte ni quien me diga nuevas de vos en cómo os va, y esta será mi cuita y mi quebranto mientras no os viere». «Señora», dijo Roboán, «tomad muy buen conhorte, ca yo he tomado por mío guardador y por mío defendedor a Nuestro Señor Dios, que es poderoso de lo hacer, y con gran fucia y con la su gran ayuda, yo haré tales obras por que los mis hechos os traerán las nuevas de mí y os serán conhorte». «Pues así es», dijo la Reina, «y al Rey vuestro padre place, comenzad vuestro camino en el nombre de Dios cuando vos quisiereis».
 Otro día de gran mañana, por la gran acucia de Roboán, dieron cien acémilas cargadas de oro y de plata, y mandáronle que escogiese trescientos caballeros de los mejores que él halle en toda su mesnada del Rey; y él escogió aquellos que entendía que más le cumplían. Y entre los cuales escogió un caballero, vasallo del Rey, de muy buen seso y de muy buen consejo, caballero que decían Garbel. Y no quiso dejar al caballero Amigo, ca ciertamente es mucho entendido y buen servidor y de gran esfuerzo. Y dioles a los caballeros todo lo que habían mester, tan bien para sus casas como para aguisarse, y dioles plazo de ocho días a que fuesen aguisados, y despidieron del Rey y de la Reina y fuéronse. Pero que al despedir hubo y muy grandes lloros, que no había ninguno en la ciudad que pudiese estar que no llorase, y decían mal del Rey porque le aconsejaba ir, pero no destorbar, pues comenzado lo había. Y verdaderamente así lo amaban todos y lo preciaban en sus corazones por las buenas costumbres y los buenos hechos de caballeros que en él había, les parecía que el reino fincaba desamparado.
Y por doquier que iba por el reino lo salían a recibir con grandes alegrías, haciéndole mucha honra y convidando cada uno a porfía, cuidándole detener, y por ventura en la detenencia que se arrepentiría de esto que había comenzado. Y cuando al departir, viendo que al no podía ser sino aquello que había comenzado, toda la alegría se les tornó en lloro y en llanto; y así salió del reino de su padre. Y por cualquier reino que iba recibíanlo muy bien, y los reyes hacían algo de lo suyo y trababan con él que fincase con ellos, y que partirían con él muy de buenamente lo que hubiese; y él agradecióselo e íbase. Ca de tal donaire era él y aquella gente que llevaba, que los de las otras ciudades y villas que lo oían habían muy gran sabor de verlo; y cuando llegaba cerraban todas las tiendas de los menestrales, bien así como si su señor y llegase. Pero que los caballeros mancebos que con él iban no querían estar de vagar, ca los unos lanzaban y los otros andaban por el campo a escudo y a lanza haciendo sus demandas.
Y el que mejor hacía esto entre ellos todos era el infante Roboán cuando lo comenzaba; ca este era el mejor acostumbrado caballero mancebo que hombre en el mundo supiese; ca era muy apuesto en sí, y de muy buen donaire, y de muy buena palabra, y de buen recibir, y jugador de tablas y de ajedrez, y muy buen cazador de toda ave mejor que otro hombre, decidor de buenos retraires, de guisa que cuando iba camino todos habían sabor de acompañarlo por oír lo que decía, partidor de su haber muy francamente y donde convenía, verdadero en su palabra, sabedor en los hechos de dar buen consejo cuando se lo demandaban, no atreviendo mucho en su seso cuando consejo de otro hubiese mester, buen caballero de sus armas con esfuerzo y no con atrevimiento, honrador de dueñas y de doncellas.
Bien dice el cuento que si hombre quisiese contar todas las buenas costumbres y los bienes que eran en este caballero, que no lo podría escribir todo en un día. Y bien semeja que las hadas que le hadaron que no fueron de las escasas, mas de las más largas y más abundadas de las buenas costumbres.
Así que era arredrado Roboán de la tierra del Rey su padre mil jornadas, eran entrados en otra tierra de otro lenguaje que no semejaba a la suya, de guisa que no se podían entender sino en pocas palabras; pero que le traía sus trujamanes consigo por las tierras por donde iba, en manera que lo recibían muy bien y le hacían gran honra; ca él así traía su compaña castigada que a hombre del mundo no hacía enojo.
Tanto anduvieron que hubieron a llegar al reino de Pandulfa, donde era señora la infante Seringa, que heredó el reino de su padre porque no hubo hijo sino a ella. Y porque era mujer, los reyes sus vecinos de enderredor hacíanle mucho mal y tomábanse su tierra, no catando mesura, la que todo hombre debe catar contra las dueñas. Y cuando Roboán llegó a la ciudad de la infante Seringa, este fue muy bien recibido y luego fue a la Infante a ver. Y ella se levantó a él y recibiole muy bien, haciéndole gran honra más que a otros hacía cuando venían a ella. Y ella le preguntó: «Amigo, ¿sois caballero?» «Señora», dijo él, «sí». «¿Y sois hijo de Rey?», dijo ella. «Sí», dijo él. «¡Loado sea Dios que lo tuvo por bien!» «¿Y sois casado?», dijo la Infante. «Ciertas no», dijo Roboán. «¿Y de cuál tierra sois?», dijo ella. «Del reino de Mentón», dijo él, «si lo oístes decir». «Sí oí», dijo ella, «pero creo que sea muy lejos». «Ciertas», dijo Roboán, «bien hay de aquí allá ciento y treinta jornadas». «¿Mucho habéis lazrado?», dijo la Infante. «No es lacerio», dijo él, «al hombre cuando anda a su voluntad». «¿Cómo?», dijo la Infante, «¿por vuestro talante os vinistes a esta tierra, ca no por cosas que hubieseis de recaudar?». «Por mío talante», dijo él, «y recaudaré lo que Dios quisiere y no al». «Dios os deje recaudar aquello», dijo ella, «que vuestra honra fuese». «¡Amén!», dijo él.
La Infante fue y muy pagada de él y rogole que fuese su huésped, y que le haría todo el algo y toda la honra que pudiese. Y él otorgóselo, ca nunca fue demandado a dueña ni a doncella de cosa que le dijese que hacedera fuese, y levantose delante ella donde estaba asentado, para irse.
Y una dueña viuda muy hermosa que había nombre la dueña Gallarda, comoquiera que era atrevida en su hablar, cuidando que se quería ir el Infante, dijo así: «Señor Infante, ¿ir os queréis sin os despedir de nos?» «Porque no me quiero ir», dijo él, «no me despido de vos ni de los otros. Y comoquiera que de los otros me despidiese, de vos no me podía despedir maguer quisiese». «Ay, señor», dijo ella, «¿tan en poco me tenéis?». «No creo», dijo él, «que hombre en poco tiene a quien salvó si de él no se puede partir». Y fuese luego con su gente para su posada.
La Infante comenzó a hablar con sus dueñas y con sus doncellas y díjoles así: «¿Vistes un caballero tan mancebo y tan apuesto ni de tan buen donaire, y de tan buena palabra, y tan apercibido en las sus respuestas que ha de dar?». «Ciertas, señora», dijo la Gallarda, «en cuanto oí de él ahora seméjame de muy buen entendimiento, y de palabra sosegada, y muy placentero a los que lo oyen». «¿Cómo?», dijo la Infante, «¿así os pagastes de él por lo que os dijo?». «Ciertas, señora», dijo la dueña, «mucho me pago de él por cuanto le oí decir; y bien os digo, señora, que me placería que nos viniese ver, porque pudiese con él hablar y saber si es tal como parece. Y prométoos, señora, que si conmigo habla, que yo lo pruebe en razonando con él, diciendo algunas palabras de algún poco de enojo, y veré si dirá alguna palabra errada». «Dueña», dijo la Infante, «no os atreváis en el vuestro buen decir, ni queráis probar los hombres ni afincarlos más de cuanto debéis, ca por ventura cuidaréis probar y probaros han». «Ciertas, señora, salga a lo que salir pudiere, que yo a hacerlo he, no por al sino porque le quiero muy gran bien, y por haber razón de hablar con él». «Dé Dios buena ventura», dijo la Infante, «a todos aquellos que bien le quieren». «Amén», dijeron todos.
La Infante mandó luego de él pensar muy bien, y darle todas las cosas que hubo mester; y podríalo muy bien hacer, ca era muy rica y muy abundada y abastada, y sin la renta que había cada año del reino, que hubo después que el Rey su padre murió, hubo todo el tesoro, que fue muy grande a maravilla. Y ella era de buena previsión, y sabía muy bien guardar lo que había. Y ciertas, mucho era de loar cuando bien se mantuvo después de la muerte de su padre, cuando bien mantuvo su reino, sino por los malos vecinos que le corrían la tierra y le hacían mal en ella; y no por al sino porque no quería casar con los que ellos querían, no siendo de tal lugar como ella, ni habiendo tan gran poder.
Después que el infante Roboán hubo comido, cabalgó con toda su gente y fueron andar por la ciudad. Y verdaderamente así placía a todos los de la ciudad con él como si fuese señor del reino. Y todos a una voz decían que Dios le diese su bendición, ca mucho lo merecía. De que hubo andado una pieza por la ciudad, fuese para casa de la Infante. Y cuando a ella dijeron que el Infante venía, plúgole muy de corazón, y mandó que acogiesen a él y a toda su compaña. Y la Infante estaba en el gran palacio que el Rey su padre mandara hacer, muy bien acompañada de muchas dueñas y doncellas, más de cuantas halló Roboán cuando la vino ver en la mañana. Y cuando llegó Roboán, asentose delante ella y comenzaron a hablar muchas de cosas. Y en hablando entró el conde Rubén, tío de la Infante, y Roboán se levantó a él, y le acogió muy bien, y preguntole si quería hablar con la Infante en puridad, que los dejaría. «Ciertas», dijo el Conde, «señor, sí he, mas no quiero que la habla sea sin vos, ca, mal pecado, lo que he yo a decir no es puridad». Y dijo así: «Señora, ha mester que paréis mientes en estas nuevas que ahora llegaron.» «¿Y qué nuevas son estas?», dijo la Infante. «Señora», dijo el Conde, «el rey de Guimalet ha entrado en vuestra tierra, y la corre y la quema, y os ha tomado seis castillos y dos villas, y dijo que no holgará hasta que todo el reino vuestro corriese; y porque ha mester que toméis y consejo con vuestra gente, y que enviéis y que habléis con ellos, y aguiséis que este daño y este mal no vaya más adelante». «Conde», dijo la Infante, «mandadlo vos hacer, ca vos sabéis que cuando mi padre murió en vuestra encomienda me dejó, ca yo mujer soy, y no he de meter las manos; y como vos tuviereis por bien de ordenarlo, así tengo yo por bien que se haga».
El Conde movió estas palabras a la Infante a sabiendas ante el infante Roboán con muy gran sabiduría, ca era hombre de buen entendimiento y probara muchas cosas, y movía esto teniendo que por ventura el infante Roboán se moviera ayudar a la Infante con aquella buena gente que tenía. La Infante se comenzó mucho a quejar, y dijo: «¡Ay, Nuestro Señor Dios!, ¿por qué quisiste que yo naciese pues que yo no me puedo defender de aquellos que mal me hacen? Ciertas, mejor fuera en yo no ser nacida y ser este lugar de otro que supiese pasar a los hechos y a lo defender.» El Infante, cuando la oyó quejar, fue movido a gran piedad, y pesole mucho con la soberbia que le hacían, y díjole así: «Señora, ¿enviástesle nunca a decir a este rey que vos este mal hace que no os lo hiciese?» «Ciertas», dijo la Infante, «sí; envié muchas vegadas mas nunca de él buena respuesta pude haber». «Ciertas», dijo Roboán, «no es hombre en el que buena respuesta no ha; antes cuido que es diablo lleno de soberbia, ca el soberbio nunca sabe bien responder. Y no cuido que tal rey como este que vos decís mucho dure en su honra, ca Dios no sufre las soberbias, antes las quebranta y las abaja a tierra, así como hará aqueste rey». «Yo fío de la su merced, si no se repiente y no se parte de esta locura y esta soberbia, ca mucho mal me ha hecho en el reino muy gran tiempo ha, desde que murió el Rey mi padre». El infante Roboán se tornó contra el Conde y dijo así: «Conde, mandadme dar un escudero que vaya con un mi caballero que yo le daré, y que le muestre la carrera y la tierra, y yo enviaré a rogar aquel rey que por la su mesura, mientras yo aquí fuere en el vuestro reino, que soy hombre extraño, que por honra de mí que no os haga mal ninguno, y yo cuido que querrá ser mesurado y que lo querrá hacer». «Muy de buenamente», dijo el Conde. «Luego os daré el escudero que vaya con vuestro caballero y lo guíe por toda la tierra de la Infante y le haga dar lo que mester hubiere hasta que llegue al Rey.»
Y entonces Roboán mandó llamar al caballero Amigo, y mandole que llevase una carta al rey de Guimalet, y que le dijese de su parte que le rogaba mucho, así como a rey en quien debía tener mesura, que por amor del que es hombre extraño no quisiese hacer mal en el reino de Pandulfa mientras él y fuese, y que se lo agradecería mucho; y si por ventura no lo quisiese hacer y dijese contra él alguna cosa desaguisada o alguna palabra soberbiosa, que lo desafiase de su parte.
El caballero Amigo tomó la carta del infante Roboán, y cabalgó luego con el escudero, y el Conde salió con ellos por los castigar en cómo hiciesen. La Infante agradeció mucho a Roboán lo que hacía por ella, y rogó a todos los caballeros y a las dueñas y doncellas que estaban y, que se lo ayudasen a agradecer. Todos se lo agradecieron sino la dueña Gallarda, que dijo así: «¡Ay, hijo de rey!, ¿cómo os puedo yo agradecer ninguna cosa, teniéndome hoy tan en poco como me tuviste?» «Ciertas, señora», dijo Roboán, «no creo que bien me entendistes, ca si bien me entendierais cuáles fueron las palabras y el entendimiento de ellas, no me juzgaríais, pero yo iré hablar convusco y hacéroslo he entender; ca aquel que de una vegada no aprende lo que hombre dice, conviene que de otra vegada se lo repita».
«Ciertas», dijo la Infante, «mucho me place que vayáis hablar con cual vos quisiereis; ca cierta soy que de vos no oirá sino bien». Y levantose Roboán y fue asentarse con aquella dueña, y díjole así: «Señora, mucho debéis agradecer a Dios cuanto bien y cuanta merced os hizo, ca yo mucho se lo agradezco porque os hizo una de las más hermosas dueñas del mundo, y más lozana de corazón, y la de mejor donaire, y la de mejor palabra, y la de mejor recibir, y la más apuesta en todos sus hechos. Y bien semeja que Dios cuando os hacía muy de vagar estaba, y tantas buenas condiciones puso en vos de hermosura y de bondad que no creo que en mujer de este mundo las pudiese hombre hallar.» La dueña quísolo mover a saña por ver si diría alguna palabra errada, no porque ella entendiese y viese que podría de él decir muchas cosas buenas, así como en él las había. «Ciertas, hijo de rey», dijo ella, «no sé qué diga en vos; ca si supiese, lo diría muy de grado».
Cuando esto oyó el infante Roboán, pesole de corazón y tuvo que era alguna dueña torpe, y díjole así: «Señora, ¿no sabéis qué digáis en mí? Yo os enseñaré, pues vos no sabéis, ca el que nada no sabe conviene que aprenda.» «Ciertas», dijo la dueña, «si de la segunda escatima mejor no nos guardamos que de esta, no podemos bien escapar de esta palabra; ca ya la primera tenemos». «Señora», dijo Roboán, «no es mal que oiga quien decir quiere, y que le responda según dijere». «Pues enseñadme», dijo ella. «Pláceme», dijo él. «Mentid como yo mentí, y hallaréis qué digáis cuanto vos quisiereis».
La dueña, cuando oyó esta palabra tan cargada de escatima, dio un gran grito el más fuerte del mundo, de guisa que todos cuantos y estaban se maravillaron. «Dueña», dijo la Infante, «¿qué fue eso?». «Señora», dijo la dueña, «en fuerte punto nació quien con este hombre habla, sino en cordura; ca tal respuesta me dio a una liviandad que había pensado, que no fuera mester de oírla por gran cosa». Y dijo la Infante: «¿No os dije yo que por ventura querríais probar y que os probarían? Bendito sea hijo de rey que da respuesta que le merece la dueña.»
Y el infante Roboán se tornó a hablar con la dueña como un poco sañudo, y dijo así: «Señora, mucho me placería que fueseis guardada en las cosas que hubieseis a decir, y que no quisieseis decir tanto como decís, ni rieseis de ninguno; ca me semeja que habéis muy gran sabor de departir en haciendas de los hombres, lo que no cae bien a hombre bueno, cuanto más a dueña. Y no puede ser que los hombres no departan en vuestra hacienda, pues sabor habéis de departir en las ajenas. Y por ende dicen que la picaza en la puente de todos ríe, y todos ríen de su frente. Ciertas, muy gran derecho es que quien de todos se ríe, que rían todos de él. Y creo que esto os viene de muy gran vileza de corazón y de muy gran atrevimiento que tomáis en la vuestra palabra; y verdad es que si ninguna dueña vi en ningún tiempo que de buenas palabras fuese, vos aquella sois. Comoquiera que algunos hombres quiere Dios poner este don, que sea de buena palabra, a las vegadas mejor les es el oír que no mucho querer decir; ca en oyendo hombre puede mucho aprender, onde diciendo puede errar. Y señora, estas palabras os digo atreviéndome en la vuestra merced y queriéndoos muy gran bien, ca a la hora que vos yo vi, siempre me pagué de los bienes que Dios en vos puso, en hermosura y en sosiego y en buena palabra. Y por ende querría que fueseis en todas cosas la más guardada que pudiese ser; pero, señora, si yo os erré en atreverme a vos decir estas cosas que vos ahora dije, ruégoos que me perdonéis, ca con buen talante que vos yo he me esforcé a decíroslo, y no os encubrí lo que yo entendía por vos apercibir.»
«Señor», dijo la dueña, «yo no podría agradecer a Dios cuanta merced me hizo oyendo en este día, ni podríaos servir la mesura que en mí quisistes mostrar en me querer castigar y adoctrinar; ca nunca hallé hombre que tanta merced me hiciese en esta razón como vos. Y bien creed que de aquí adelante seré castigada, ca bien veo que no conviene a ningún hombre tomar gran atrevimiento de hablar, mayormente a dueña; ca el mucho hablar no puede ser sin yerro. Y vos veréis que os daría yo a entender que hicistes una discípula, y que hube sabor de aprender todo lo que dijistes. Y comoquiera que otro servicio no os puedo hacer, siempre rogaré a Dios por la vuestra vida y por la vuestra salud». «Dios os lo agradezca», dijo Roboán, «ca no me semeja que gané poco contra Dios por dar respuesta, y no muy mesurada». «Por Dios», dijo la dueña, «¿fue respuesta? Más fue juicio derecho; ca con aquella encubierta que yo cuidé engañar, me engañaste; y según dice el verbo, que tal para la manganilla que se cae en ella de golilla». «Ciertas», dijo Roboán, «señora, mucho me place de cuanto oyó, y tengo que empleé bien el mío conocer; que bien creo que si vos tal no fueseis como yo pensé luego que os vi, no me responderíais a todas cosas».
Y que esto fue Roboán muy alegre y muy pagado. Ciertas, no obraron poco las palabras de Roboán ni fueron de poca virtud, ca esta fue después la mejor guardada dueña en su palabra y la más sosegada, y de mejor vida luego en aquel reino. Ciertas mester sería un Infante como este en todo tiempo en las casas de las reinas y de las dueñas de gran lugar que casas tienen, que cuando él se asentase con dueñas o con doncellas, que las sus palabras obrasen así como las de este Infante, y fuesen de tan gran virtud para que siempre hiciesen bien y guardasen su honra. Mas, ¡mal pecado!, en algunos acontece que en lugar de castigarlas y de adoctrinarlas en bien, que las meten en bullicio de decir más de cuanto debían; y aun parientes y ha que no catan de ello ni de ellas, que las imponen en estas cosas, y tales y ha de ellas que las aprenden de grado y repiten muy bien la lección que oyeron. Ciertas, bienaventurada es la que entre ellas se esmera para decir y para hacer siempre lo mejor, y se guarda de malos corredores, y no caer ni escuchar a todas cuantas cosas le quieren decir; ca quien mucho quiere escuchar, mucho ha de oír, y por ventura de su daño y de su deshonra; y pues de grado lo quiso oír, por fuerza lo ha de sufrir, maguer entienda que contra sí sean dichas las palabras; ca conviene que lo sufra, pues le plugo de hablar en ello. Pero debe fincar envergoñada si buen entendimiento Dios le quiso dar para entender, y débese castigar para adelante. Y la que de buena ventura es, en lo que ve pasar por los otros se debe castigar; onde dice el sabio que bienaventurado es el que se escarmienta en los peligros ajenos, mas, ¡mal pecado!, no cree más que el peligro ni daño el que pasa por los otros, mas el que nos habemos a pasar y a sufrir. Ciertas, esto es mengua de entendimiento, ca debemos entender que el peligro y el daño que pasa por uno puede pasar por otro, ca las cosas de este mundo comunales son, y la que hoy es en vos, cras es en otro, si no fuese hombre de tan buen entendimiento que se sepa guardar de los peligros. Onde todo hombre debe tomar ejemplo en los otros antes que en sí, mayormente en las cosas peligrosas y dañosas; ca cuando las en sí toma, no puede fincar sin daño, y no lo tienen los hombres por de buen entendimiento. Y guárdeos Dios a todos, ca aquel es guardado que Dios quiere guardar. Pero con todo esto conviene a hombre que se trabaje y se guarde, y Dios le guardará; y por ende dicen que quien se guarda, Dios le guarda.
Y desí levantose Roboán de cerca de la dueña y despidiose de la Infante, y fuese a su albergada. Y la Infante y las dueñas y doncellas fincaron departiendo mucho en él, loando mucho las buenas costumbres que en él había. La dueña Gallarda dijo así: «Señora, qué bien andante sería la dueña que este hombre hubiese por señor, y cuánto bienaventurada sería nacida del vientre de la su madre.» La Infante tuviera que por aquella dueña era decidor que dijera estas palabras por ella, y enrubeció; y dijo: «Dueña, dejemos ahora esto estar, que aquella habría la honra la que de buena ventura fuere y Dios se la quisiere dar». Ciertas, todos pararon mientes a las palabras que dijo la Infante en cómo se mudó la color, y bien tuvieron que por aquellas señales que no se despagaba de él. Y ciertamente en el bejaire del hombre se entiende muchas vegadas lo que tiene en el corazón.
Y el infante Roboán moró en aquella ciudad hasta que vino el caballero Amigo con la respuesta del rey Guimalet. Y estando Roboán hablando con la Infante en solas, pero no palabras ledas, mas muy apuestas y muy sin villanía y sin torpedad, llegó el Conde a la Infante y dijo así: «Señora, son aquellos el caballero y el escudero que envió el infante Roboán al rey de Guimalet.» «Y venga luego», dijo el infante Roboán, «y oiremos la respuesta que nos envía.» Luego el caballero Amigo vino antes la Infante y ante Roboán, y dijo así: «Señora, si no que sería mal mandadero, me callaría yo o no diría la respuesta que me dio el rey de Guimalet; ca, así Dios me valga, del día en que nací nunca vi un rey tan desmesurado ni de tan mala parte, ni que tan mal oyese mandaderos de otro, ni que mala respuesta les diese ni soberbiamente.» «¡Ay, caballero Amigo!», dijo el infante Roboán, «así Dios te dé la su gracia y la mía, que me digas verdad de todo cuanto te dijo, y no mengües ende ninguna cosa». «Por Dios, señor», dijo el caballero Amigo, «sí diré; ca antes que de él me partiese me hizo hacer hombrenaje que os dijese el su mandato cumplidamente; y porque dudé un poco de hacer hombrenaje, mandábame cortar la cabeza». «Ciertas, caballero Amigo», dijo el infante Roboán, «bien estáis, ya que habéis pasado el su miedo». Dijo el caballero Amigo: «Bien creed, señor, que aún cuido que delante de él estoy.» «Perded el miedo», dijo el Infante, «ca perderlo solíais vos en tales cosas como estas». «Aún fío por Dios», dijo el caballero Amigo, «que le veré yo en tal lugar que habrá él tan gran miedo de mí como yo de él.» «Podría ser», dijo el Infante, «pero decidme la respuesta, y veré si es tan sin mesura como vos decís».
«Señor», dijo el caballero Amigo, «luego que llegué finqué los hinojos ante él, y díjele de cómo le enviabais saludar y dile la carta vuestra; y él no me respondió ninguna cosa, mas tomola y leyola. Y cuando la hubo leída dijo así: "Maravíllome de ti en cómo fuiste osado de venir ante mí con tal mandado, y tengo por muy loco y por muy atrevido a aquel que acá te envió, en quererme enviar decir por su carta que por honra de él que es hombre extraño, que yo que dejase de hacer mi pro y de ganar cuanto ganar pudiese". Y yo díjele que no era ganancia lo que se ganaba con pecado. Y por esta palabra que le dije queríame mandar matar, pero tornose de aquel propósito malo en que era y díjome así: "Sobre el hombrenaje que me hiciste, te mando que digas a aquel loco atrevido que acá te envió, que por deshonra de él de estos seis días quemaré las puertas de la ciudad donde él está, y los entraré por fuerza, y a él castigaré con esta mi espada, de guisa que nunca él cometerá otra cosa como esta". Y yo pedile por merced, pues esto me mandaba decir a vos, que me asegurase, y que le diría lo que me mandabais decir. Y él asegurome y mandome que le dijese lo que quisiese, y yo díjele que, pues tan brava respuesta os enviaba, que le desafiabais. Y él respondió así: "Ve tu vía, sandio, y dile que no ha por qué me amenazar, a quien le quiere ir cortar la cabeza"».
«Ciertas, caballero, muy bien compusistes vuestro mandado, y agradézcooslo; pero me semeja que es hombre de muy mala respuesta ese rey, y soberbio, así como la Infante me dijo este otro día. Y aún quiera Dios que de esta soberbia se arrepienta, y el arrepentir que no le pueda tener pro». «Así plega a Dios», dijo la Infante.
«Señora», dijo Roboán, «cuando llegare la vuestra gente, acordad quién tenéis por bien de darnos por caudillo, por quien catemos; ca yo seré con ellos muy de grado en vuestro servicio». «Muchas gracias», dijo la Infante, «ca cierta soy que de tal lugar sois y de tal sangre, que en todo cuanto pudiereis acorreréis a toda dueña y a toda doncella que en cuita fuese, mayormente a huérfana, así como yo finqué sin padre y sin madre y sin ningún acorro del mundo, salvo ende la merced de Dios y el servicio bueno y leal que me hacen nuestros vasallos, y la vuestra ayuda, que me sobrevino ahora por la vuestra mesura; lo que os agradezca Dios, ca yo no os lo podría agradecer tan cumplidamente como vos lo merecéis». «Señora», dijo Roboán, «¿qué caballería puede ser entre caballeros hijosdalgo y ciudadanos de buena caballería?» «Hasta diez mil». «Por Dios, señora», dijo Roboán, «muy buena caballería tenéis para os defender de todos aquellos que mal os quisieren hacer. Señora», dijo Roboán, «¿serán aína aquí estos caballeros?». «De aquí ocho días», dijo la Infante, «o antes». «Ciertas, señora», dijo Roboán, «me placería mucho que fuese ya ahí, y que os librasen de estos vuestros enemigos y fincaseis en paz; y yo iría librar aquello por que vine». «¿Cómo?», dijo la Infante, «¿no me dijistes que por vuestro talante erais en estas tierras venido, y no por recaudar otra cosa?». «Señora», dijo el Infante, «verdad es, y aun eso mismo os digo, que por mío talante vine y no por librar otra cosa, sino aquello que Dios quisiere, ca cuando yo salí de mi tierra, a Él tomé por criador y endrezador de mi hacienda, y pero no quiero al ni demando sino aquello que Él quisiere». «Muy dudoso es esta vuestra demanda», dijo la Infante. «Ciertas, señora», dijo Roboán, «no es dudoso lo que se hace en fucia y en esperanza de Dios, antes es muy cierta, y a los que son antes no quería decir ni espaladinar por lo que viniera». No le quiso más afincar sobre ello, ca no debe ninguno saber más de la puridad del hombre de cuanto quisiere el señor de ella.
Y antes de los ocho días acabados, fue toda la caballería de la Infante con ella, todos muy aguisados y de un corazón para servicio de su señora y para acaloñar el mal y la deshonra que les hacían, y todos en uno acordaron con la Infante, pues entre ellos no había hombre de tan alto lugar como el infante Roboán, que era hijo de rey, y él por la mesura tenía por aguisado de ser en servicio de la Infanta, que lo hiciesen caudillo de la hueste y se guiasen todos por él.
Y otro día en la mañana hicieron todos alarde en un gran campo fuera de la ciudad, y hallaron que eran diez mil y setecientos caballeros muy bien aguisados y de buena caballería, y con los trescientos caballeros del infante Roboán hiciéronse once mil caballeros. Y como hombres que habían voluntad de hacer el bien y de vengar la deshonra que la Infanta recibía del rey de Guimalet, no se quisieron detener, y por consejo del infante Roboán movieron luego, así como se estaban armados.
Y el rey de Guimalet era ya entrado en el reino de Pandulfa bien seis jornadas, con quince mil caballeros, y andaban los unos departidos por la una parte y los otros por la otra, quemando y estragando la tierra. Y de esto hubo mandado el infante Roboán por las espías que allá envió. Y cuando fueron cerca del rey de Guimalet cuanto a cuatro leguas, así los quiso Dios guiar que no se encontraron con ningunos de la compaña del rey de Guimalet, y acordó el Infante con toda su gente de irse derechos contra el Rey; que si la cabeza derribasen una vez, y desbaratasen su gente, no tendrían uno con otro, y así los podrían vencer mucho mejor.
Y cuando el Rey supo que era cerca de la hueste de la infanta Seringa, vio que no podría tan aína por su gente enviar, que estaba derramada, y mandó que se armasen todos aquellos que estaban con él, que eran hasta ocho mil caballeros, y movieron luego contra los otros. Y viéronlos que no venían más lejos que media legua, y y comenzaron los de una parte y de la otra a parar sus haces; y tan quedos iban los unos contra los otros que semejaba que iban en procesión. Y cierto, grande fue la duda de la una parte y de la otra; ca todos eran muy buenos caballeros y bien aguisados. Y al rey de Guimalet íbansele llegando cuando ciento, cuando doscientos caballeros. Y el infante Roboán, cuando aquello vio, dijo a los suyos: «Amigos, cuanto más nos detenemos, tanto más de nuestro daño hacemos; ca a la otra parte crece todavía gente y nos no tenemos esperanza que nos venga acorro de ninguna parte, salvo de Dios tan solamente y la verdad que tenemos. Y vayámoslos herir, ca vencerlos hemos.» «Pues enderezad en el nombre de Dios», dijeron los otros, «ca nos os seguiremos». «Pues, amigos», dijo el infante Roboán, «así habéis de hacer que cuando yo dijere "¡Pandulfa por la infanta Seringa!", que vayáis herir muy de recio, ca yo seré el primero que tendré ojo al Rey señaladamente; ca aquella es la estaca que nos habemos de arrancar, si Dios merced nos quisiere hacer».
Y movieron luego contra ellos, y cuando fueron tan cerca que semejaba que las puntas de las lanzas de la una parte y de la otra se querían juntar en uno, dio una gran voz el infante Roboán, y dijo: «¡Pandulfa por la infanta Seringa!», y fuéronlos herir de recio, de guisa que hicieron muy gran portillo en las haces del Rey, y la batalla fue muy herida de la una parte y de la otra; ca duró desde hora de tercia hasta hora de vísperas. Y y le mataron el caballo al infante Roboán y estuvo en el campo gran rato apeado, defendiéndose con una espada. Pero no se partieron de él doscientos escuderos hijosdalgo a pie que con él llevara, y los más eran de los que trajo de su tierra, y pugnaban por defender a su señor muy de recio; de guisa que no llegaba caballero y que no le mataban el caballo, y de que caía del caballo metíanle las lanzas so las faldas y matábanlo. De guisa que había aderredor del Infante bien quinientos caballeros muertos, de manera que semejaban un gran muro tras que se podían bien defender.
Y estando en esto asomó el caballero Amigo, que andaba hiriendo en la gente del Rey, y haciendo extraños golpes con la espada, y llegó y donde estaba el infante Roboán, pero que no sabía que y estaba el Infante de pie. Y así como lo vio el Infante, llamolo y dijo: «Caballero Amigo, acórreme con ese tu caballo.» «Por cierto, gran derecho es», dijo él, «ca vos me lo distes, y aunque no me lo hubieseis dado, tenido soy de acorreros con él» Y dejose caer del caballo en tierra y acorriole con él, ca era muy ligero y bien armado, y cabalgaron en él al Infante. Y luego vieron en el campo que andaban muchos caballos sin señores, y los escuderos fueron tomar uno y diéronlo al caballero Amigo, y ayudáronlo a cabalgar en él. Y él y el Infante movieron luego contra los otros, llamando a altas voces: «¡Pandulfa por la infanta Seringa!», conhortando y esforzando a los suyos; ca porque no oían la voz del Infante rato había, andaban desmayados, ca cuidaban que era muerto o preso. Y tan de recio los hería el Infante, y tan fuertes golpes hacía con la espada, que todos huían de él como de mala cosa, ca cuidaba el que con él se encontraba que no había al sino morir. Y encontrose con el hijo del rey de Guimalet, que andaba en un caballo bien grande y bien armado, y conociolo en las sobreseñales por lo que le habían dicho de él, y díjole así: «¡Ay, hijo del Rey, desmesurado y soberbio! Apercíbete, ca yo soy el Infante al que amenazó tu padre para cortarle la cabeza. Y bien creo, si con él me encuentro, que tan locamente ni tan atrevidamente no querrá hablar contra mí como a un caballero habló que yo le envié.» «Ve tu vía», dijo el hijo del Rey: «ca no eres tú hombre para decir al Rey mi padre ninguna cosa, ni él para responderte. Ca tú eres hombre extraño y no sabemos quién eres. Ca mala venida hiciste a esta tierra, ca mejor hicieras de holgar en la tuya».
Entonces enderezaron el uno contra el otro, y diéronse grandes golpes con las espadas, y tan gran golpe le dio el hijo del Rey al infante Roboán encima del yelmo, que le atronó la cabeza y le hizo fincar las manos sobre la cerviz del caballo; pero que no perdió la espada, antes cobró luego esfuerzo y fuese contra el hijo del Rey y diole tan gran golpe sobre el brazo derecho con la espada que le cortó las guarniciones maguer fuertes, y cortole del hombro un gran pedazo, de guisa que le hubiera todo el hombro de cortar. Y los escuderos del Infante matáronle luego el caballo, y cayó en tierra, y mandó el Infante que se apartasen con él cincuenta escuderos y que lo guardasen muy bien. Y el Infante fue buscar al Rey por ver si se podría encontrar con él, y el caballero Amigo que iba con él díjole: «Señor, yo veo al Rey.» «¿Y cuál es?», dijo el Infante. «Aquel es», dijo el caballero Amigo, «el más grande que está en aquel tropel». «Bien parece rey», dijo el Infante, «sobre los otros, pero que me conviene de llegar a él por conocerlo, y él que me conozca». Y él comenzó decir a altas voces: «¡Pandulfa por la infanta Seringa!» Y cuando los suyos lo oyeron fueron luego con él, ca así lo hacían cuando le oían nombrar a la Infanta. Y halló un caballero de los suyos que tenía aún su lanza y había cortado de ella bien un tercio y hería con ella a sobremano, y pidiósela el Infante, y él diósela luego. Y mandó al caballero Amigo que le fuese decir en cómo él se iba para él, y que lo saliese a recibir si quisiese.
Y el Rey, cuando vio al caballero Amigo y le dijo el mandado, apartose luego fuera de los suyos un poco, y díjole el Rey: «¿Eres tú el caballero que viniste a mí la otra vegada?» «Sí», dijo el caballero Amigo, «mas lleve el diablo el miedo que ahora os he, así como os había entonces cuando me mandabais cortar la cabeza». «Venga ese infante que tú dices acá», dijo el Rey. «Si no, yo iré a él». «No habéis por qué», dijo el caballero Amigo, «ca este es que vos veis aquí delante». Y tan aína como el caballero Amigo llegó al Rey, tan aína fue el Infante con él, y díjole así: «Rey soberbio y desmesurado, ¿no hubiste mesura ni vergüenza de enviarme tan brava respuesta y tan loca como me enviaste? Y bien creo que esta soberbia tan grande que tú traes que te echará en mal lugar, ca aun yo te perdonaría la soberbia que me enviaste decir, si te quisieses partir de esta locura en que andas y tornases a la infanta Seringa todo lo suyo». Dijo el Rey: «Téngote por necio, infante, en decir que tú perdonarás a mí la locura que tú hiciste en enviarme tú decir que yo que dejase por ti de hacer mi pro.» «Libremos lo que habemos de librar», dijo el Infante, «ca no es bueno de despender el día en palabras, y mayormente con hombre en que no ha mesura ni se quiere acoger a razón. Encúbrete, rey soberbio», dijo el Infante, «ca yo contigo soy». Y puso la lanza so el brazo y fuelo herir, y diole tan gran golpe que le pasó el escudo, pero por las armas que tenía muy buenas no le empeció, mas dio con el Rey en tierra. Y los caballeros de la una parte y de la otra estaban quedos por mandado de sus señores, y volviéronse luego todos, los unos por defender a su señor que tenían en tierra, y los otros por matarlo o por prenderlo. Heríanse muy de recio, de guisa que de la una parte y de la otra caían muchos muertos en tierra, y heridos, ca bien semejaba que los unos de los otros no habían piedad ninguna, tan fuertemente se herían y mataban. Y un caballero de los del Rey descendió de su caballo y diolo a su señor y acorriolo con él, pero que el caballero duró poco en el campo, que luego fue muerto. Y el Rey no tuvo más ojo por aquella batalla, y desde que subió en el caballo y vio todos los más de los suyos heridos y muertos en el campo, fincó las espuelas al caballo y huyó, y aquellos suyos en pos de él.
Mas el infante Roboán que era de gran corazón, no los dejaba ir en salvo, antes iba en pos de ellos matando e hiriendo y prendiendo, de guisa que los del Rey, entre muertos y heridos y presos, fueron de seis mil arriba, y los del infante Roboán fueron ocho caballeros; pero los caballeros que más hacían en aquella batalla y los que más derribaron fueron los del infante Roboán, ca eran muy buenos caballeros y muy probados, ca se habían acertado en muchos buenos hechos y en otras buenas batallas, y por eso se los dio el rey de Mentón su padre cuando se partió de él.
El infante Roboán con su gente se tornó y donde tenía sus tiendas el Rey, y hallaron y muy gran tesoro. Y arrancaron las tiendas y tomaron al hijo del Rey, que estaba herido, y a todos los otros que estaban presos y heridos, y fuéronse para la infante Seringa. Y mientras el infante Roboán y la su gente estaban en la hacienda, la infante Seringa estaba muy cuitada y con gran recelo; pero que todos estaban en la iglesia de Santa María haciendo oración y rogando a Nuestro Señor Dios que ayudase a los suyos y los guardase de manos de sus enemigos. Y ellas estando en esto, llegó un escudero a la Infante y díjole: «Señora, dadme albricias.» «Sí haré», dijo la Infante, «si buenas nuevas me traes». «Dígoos, señora», dijo el escudero, «que el infante Roboán, vuestro servidor, venció la batalla a guisa de muy buen caballero y muy esforzado, y tráeos preso al hijo del Rey, pero herido en el hombro diestro. Y tráeos más entre muertos y heridos y presos, que fincaron en el campo, que no los pueden traer muy muchos. Y trae otrosí gran tesoro que hallaron en el real del Rey; ca bien fueron seis mil caballeros y más de los del Rey entre muertos y presos y heridos».
«¡Ay, escudero, por amor de Dios», dijo la Infanta, «que me digas verdad! ¿Si es herido el infante Roboán?». «Dígoos, señora, que no, comoquiera que le mataron el caballo y fincó apeado en el campo, defendiéndose a guisa de muy buen caballero un gran rato, con doscientos hijosdalgo que tenía consigo, a pie, que lo sirvieron y lo guardaron muy lealmente.» «Por Dios, escudero», dijo la Infanta, «vos seáis bien venido. Y prométoos de dar luego caballo y armas, y de mandaros hacer caballero y de casaros bien y de heredaros bien». Y luego en pos de este llegaron otros por ganar albricias, mas hallaron a este que las había ganado. Pero con todo esto la Infanta no dejaba de hacer merced a todos aquellos que estas nuevas le traían.
Y cuando el infante Roboán y la otra gente llegaron a la villa, la Infanta salió con todas las dueñas y doncellas fuera de la ciudad a una iglesia que estaba cerca de la villa, y esperáronlos y, haciendo todos los de la ciudad muy grandes alegrías. Y cuando llegaron los de la hueste, dijo el infante Roboán a un escudero que le tirase las espuelas. «Señor», dijo el Conde, «no es uso de esta nuestra tierra de tirar las espuelas». «Conde», dijo el Infante, «yo no sé qué uso es este de esta vuestra tierra, mas ningún caballero no debe entrar a ver dueñas con espuelas, según el uso de la nuestra». Y luego le tiraron las espuelas, y descabalgó, y fue a ver la Infanta.
«¡Bendito sea el nombre de Dios», dijo la Infanta, «que os veo vivo y sano y alegre!». «Señora», dijo el Infante, «no lo yerra el que a Dios se acomienda, y porque yo me acomendé a Dios halleme ende bien; ca Él fue el mi amparador y mi defendedor en esta lid, en querer que el campo fuese en nos, por la nuestra ventura». «Yo no se lo podría agradecer», dijo la Infanta, «ni a vos cuanto habéis hecho por mí». Entonces cabalgó la Infanta, y tomola el Infante por la rienda y llevola a su palacio. Y desí fuese el Infante y todos los otros a sus posadas a desarmarse y a holgar, ca mucho lo habían menester. Y la Infanta hizo pensar muy bien del infante Roboán, y mandáronle hacer baños, ca estaba muy quebrantado de los golpes que recibió sobre las armas, y del cansancio. Y él hízolo así, pero con buen corazón mostraba que no daba nada por ello, ni por el afán que había pasado.
Y a cabo de los tres días fue a ver a la Infanta, y llevó consigo al hijo del rey de Guimalet, y díjole: «Señora, esta joya os traigo; ca por este tengo que debéis cobrar todo lo que os tomó el rey de Guimalet su padre, y os debe dar gran partida de la su tierra. Y mandadlo muy bien guardar, y no se lo deis hasta que os cumpla todo esto que yo os digo. Y bien creo que lo hará, ca él no ha otro hijo sino este, y si él muriese, sin este hijo fincaría el reino en contienda; por que soy cierto y seguro que os dará por él todo lo vuestro y muy buena partida de lo suyo. Y aquellos otros caballeros que tenéis presos, que son mil y doscientos, mandadlos tomar y guardar, ca cada uno os dará por sí muy gran haber por que los saquéis de la prisión, ca así me lo enviaron decir con sus mandaderos».
Entonces dijo la Infanta: «Yo no sé cómo os agradezca cuánto bien habéis hecho y hacéis a mí y a todo el mi reino, por que os ruego que escojáis en este mi reino villas y castillos y aldeas cuales vos quisiereis; ca no será tan cara la cosa en todo el mi reino que vos queráis que no os sea otorgada.» «Señora», dijo el Infante, «muchas gracias; ca no me cumplen ahora villas ni castillos, sino tan solamente la vuestra gracia que me deis licencia para que me vaya».
«Ay, amigo señor», dijo la Infanta, «no sea tan aína la vuestra ida, por el amor de Dios, ca bien ciertamente creed que si os vais de aquí, que luego me vendrán a estragar el rey de Guimalet y el rey de Brez su suegro, ca es casado con su hija». Y el infante Roboán paró mientes en aquella palabra tan halaguera que le dijo la Infanta; ca cuando le llamó «amigo señor», semejole una palabra tan pesada que así se le asentó en el corazón. Y como él estaba fuera de su seso, embermeció todo muy fuertemente y no le pudo responder ninguna cosa. Y el conde Rubén, tío y vasallo de la Infante, que estaba y con ellos, paró mientes a las palabras que la Infante dijera al infante Roboán, y de cómo se le demudó la color que no le pudo dar respuesta, y entendió que amor crecía entre ellos. Y llegose a la Infanta y díjole a la oreja: «Señora, no podría estar que no os dijese aquello que pienso, ca será vuestra honra, y es esto: tengo, si vos quisiereis y el Infante quisiere buen casamiento, sería a honra de vos y defendimiento del vuestro reino que os casaseis con él; ca ciertamente uno es de los mejores caballeros de este mundo, y pues hijo es de rey y así lo semeja en todos los sus hechos, no le habéis qué decir.» Y la Infanta se paró tan colorada como la rosa, y díjole: «¡Ay, conde, y cómo me habéis muerto!» «¿Y por qué, señora?», dijo el Conde, «¿porque hablo en vuestro pro y en vuestra honra». «Yo así lo creo como vos lo decís», dijo ella, «mas no os podría yo ahora responder». «Pues pensad en ello», dijo el Conde, «y después yo recudiré a vos». «Bien es», dijo la Infanta.
Y mientras ellos estaban hablando en su puridad, el infante Roboán estaba como traspuesto, pensando en aquella palabra. Ca tuvo que se lo dijera con gran amor, o porque lo había menester en aquel tiempo. Pero cuando vio que se le movió la color cuando el Conde hablaba con ella en puridad, tuvo que de todo en todo con gran amor le dijera aquella palabra, y cuidó que el Conde la reprehendía de ello. Y Roboán se tornó contra la Infanta y díjole: «Señora, a lo que me dijistes que no me vaya de aquí tan aína por recelo que habéis de aquellos reyes, prométoos que no me parta de aquí hasta que yo os deje todo el vuestro reino sosegado; ca, pues comenzado lo he, conviéneme de acabarlo, ca nunca comencé con la merced de Dios cosa que no acabase». «Dios os deje acabar», dijo la Infanta, «todas aquellas cosas que comenzareis». «¡Amén!», dijo Roboán. «Y yo amén digo», dijo la Infanta. «Pues por amén no lo perdamos», dijeron todos.
Díjole Roboán: «Señora, mandadme dar un escudero que guíe a un mi caballero que quiero enviar al rey de Brez. Y según nos respondiere así le responderemos.» Y el Infante mandó llamar al caballero Amigo, y cuando vino díjole así: «Caballero Amigo, vos sois de los primeros caballeros que yo hube por vasallos, y servistes al Rey mío padre y a mí muy lealmente, por que soy tenido de haceros merced y cuanto bien yo pudiere. Y comoquiera que gran afán hayáis pasado conmigo, quiero que toméis por la Infanta que y está un poco de trabajo.» Y esto le dijo el Infante pensando que no querría ir por él por lo que le aconteciera con el otro rey.
«Señor», dijo el caballero Amigo, «hacerlo he de grado, y serviré a la Infanta en cuanto ella me mandare». «Pues id ahora», dijo el Infante, «con esta mi mandadería al rey de Brez, y decidle así de mi parte al Rey: que le ruego yo que no quiera hacer mal ni daño alguno en la tierra de la infanta Seringa, y que si algún mal ha y hecho, que lo quiera enmendar, y que dé tregua a ella y a toda su tierra por sesenta años. Y si no lo quisiere hacer u os diere mala respuesta, así como os dio el rey de Guimalet su yerno, desafiadlo por mí y veníos luego». «Y vendré», dijo el caballero Amigo, «si me dieren vagar. Pero tanto os digo, que si no lo hubiese prometido a la Infanta, que yo no fuese allá, ca me semeja que vos tenéis embargado conmigo y os querríais desembargar de mí; ca no os cumplió el peligro que pasé con el rey de Guimalet, y enviaisme a este otro que es tan malo y tan desmesurado como el otro, y más habiendo aquí tantos buenos caballeros y tan entendidos como vos habéis para enviarlos, y que recaudarán el vuestro mandado mucho mejor que yo».
«Ay, caballero Amigo», dijo la Infante, «por la fe que vos debéis a Dios y al Infante vuestro señor que aquí está, y por el mi amor, que hagáis este camino donde el Infante os envía; ca yo fío por Dios que recaudaréis por lo que vais muy bien, y vendréis muy bien andante, y seros ha prez y honra entre todos los otros». «Gran merced», dijo el caballero Amigo, «ca pues prometídooslo he iré esta vegada, ca no pueda al hacer». «Caballero Amigo», dijo el infante Roboán, «nunca os vi cobarde en ninguna cosa que hubieseis de hacer sino en esto». «Señor», dijo el caballero Amigo, «un halago os debo; pero sabe Dios que este esfuerzo que lo dejaría ahora si ser pudiese sin mala estanza, pero a hacer es esta ida maguer agra, pues lo prometí». Y tomó una carta de creencia que le dio el Infante para el rey de Brez, y fuese con el escudero que le dieron que lo guiase.
Y cuando llegó al Rey, hallolo en una ciudad muy apuesta y muy viciosa a la cual dicen Requisita, y estaban con él la Reina su mujer y dos hijos suyos pequeños, y muchos caballeros derredor de ellos. Y cuando le dijeron que un caballero venía con mandado del infante Roboán, mandole entrar luego. Y el caballero Amigo entró y fincó los hinojos delante del Rey y díjole así: «Señor, el infante Roboán, hijo del muy noble rey de Mentón, que es ahora con la infanta Seringa, te envía mucho saludar y envíate esta carta conmigo.» Y el Rey tomó la carta y diola a un obispo su canciller que era y con él, que la leyese y le dijese que se contenía en ella. Y el obispo la leyó y díjole que era carta de creencia, en que le enviaba rogar el infante Roboán que creyese aquel caballero de lo que le dijese de su parte. «Amigo», díjole el Rey, «dime lo que quisieres, ca yo te oiré de grado». «Señor», dijo el caballero Amigo, «el infante Roboán te envía rogar que por la tu mesura y por la honra de él, que no quieras hacer mal en el reino de Pandulfa, donde es señora la infante Seringa, y que si algún mal has hecho tú o tu gente, que lo quieras hacer enmendar, y que le quieras dar tregua y seguranza por sesenta años de no hacer mal ninguno a ningún lugar de su reino, por dicho ni por hecho ni por consejo; y que él te lo agradecerá muy mucho, por que será tenido en pugnar de crecer tu honra en cuanto él pudiere».
«Caballero», dijo el Rey, «¿y qué tierra es Mentón donde es este infante tu señor?». «Señor», dijo el caballero Amigo, «el reino de Mentón es muy grande y muy rico y muy vicioso». «Y pues ¿cómo salió de allá este infante», dijo el Rey, «y dejó tan buena tierra y se vino a esta tierra extraña?». «Señor», dijo el caballero Amigo, «no salió de su tierra por ninguna mengua que hubiese, mas por probar las cosas del mundo y por ganar prez de caballería». «¿Y con qué se mantiene», dijo el Rey, «en esta tierra?». Dijo el caballero Amigo: «Señor, con el tesoro muy grande que le dio su padre, que fueron ciento acémilas cargadas de oro y de plata, y trescientos caballeros de buena caballería muy bien aguisados, que no le fallecen de ellos sino ocho que murieron en aquella batalla que hubo con el rey de Guimalet.» «¡Ay, caballero, así Dios te dé buena ventura! Dime si te acertaste tú en aquella batalla.» «Señor», dijo el caballero Amigo, «sí acerté». «¿Y fue bien herida?», dijo el Rey. «Señor», dijo el caballero Amigo, «bien puedes entender que fue bien herida, cuando fueron de la parte del Rey, entre presos y heridos y muertos, bien seis mil caballeros». «¿Y pues esto cómo pudo ser», dijo el Rey, «que de los del Infante no muriesen más de ocho?» «Pues, señor, no murieron más de los del Infante de los trescientos caballeros, mas de la gente de la infante Seringa, entre los muertos y los heridos, bien fueron dos mil.» «Y este tu señor, ¿de qué edad es?», dijo el Rey. «Pequeño es de días», dijo el caballero Amigo, «que aún ahora le vienen las barbas». «Gran hecho acometió», dijo el Rey, «para ser de tan pocos días, en lidiar con tan poderoso rey como es el rey de Guimalet, y vencerlo». «Señor, no te maravilles», dijo el caballero Amigo, «ca en otros grandes hechos se ha ya probado, y en los hechos parece que quiere semejar a su padre». «¿Y cómo?», dijo el Rey, «¿tan buen caballero de armas es su padre?» «Señor», dijo el caballero Amigo, «el mejor caballero de armas es que sea en todo el mundo. Y es rey de virtud, ca muchos milagros ha demostrado Nuestro Señor por él en hecho de armas». «¿Y has de decir más», dijo el Rey, «de parte de tu señor?». «Si la respuesta fuere buena», dijo el caballero Amigo, «no he más que decir». «Y si no fuere buena», dijo el Rey, «¿qué es lo que querrá hacer?». «Lo que Dios quisiere», dijo el caballero Amigo, «y no al». «Pues dígote que no te quiero dar respuesta», dijo el Rey, «ca tu señor no es tal hombre para que yo le deba responder». «Rey señor», dijo el caballero Amigo, «pues que así es, pídote por merced que me quieras asegurar, y yo decirte he el mandado de mi señor todo cumplidamente». «Yo te aseguro», dijo el Rey. «Señor», dijo el caballero Amigo, «ca no quieres cumplir el su ruego que te envía rogar, lo que tú debías hacer por ti mismo, catando mesura, y porque lo tienes en tan poco, yo te desafío en su nombre por él». «Caballero», dijo el Rey, «en poco tiene este tu señor a los reyes, pues que tan ligero los envía desafiar. Pero apártate allá», dijo el Rey, «y nos habremos nuestro acuerdo sobre ello».
Dijo luego el Rey a aquellos que estaban y con él, que le dijesen lo que les semejaba en este hecho. Y el obispo su canciller le respondió y dijo así: «Señor, quien la baraja puede excusar, bien barata en huir de ella; ca a las vegadas el que más y cuida ganar, ese finca con daño y con pérdida; y por ende tengo que sería bien que os partieseis de este ruido de aqueste hombre, ca no tiene cosa en esta tierra de que se duela, y no dudará de meterse a todos los hechos en que piense ganar prez y honra de caballería; y porque esta buena andanza hubo con el rey de Guimalet, otras querrá acometer y probar sin duda ninguna. Ca el que una vegada bien andante es, crécele el corazón y esfuérzase para ir en pos de las otras buenas andanzas.» «Verdad es», dijo el Rey, «eso que vos ahora decís, mas tanto va el cántaro a la fuente hasta que deja allá el asa o la frente; y este infante tantos hechos querrá acometer hasta que en él alguno habrá de caer o de perecer; pero, obispo», dijo el Rey, «téngome por bien aconsejado de vos, ca pues que en paz estamos, no debemos buscar baraja con ninguno, y tengo por bien que cumplamos el su ruego, ca nos no hicimos mal ninguno en el reino de Pandulfa, ni tenemos de ella nada por que le hayamos de hacer enmienda ninguna. Mandadle hacer mis cartas de cómo le prometo el seguro de no hacer mal ninguno en el reino de Pandulfa, y que doy tregua a la infanta y a su reino por sesenta años, y dad las cartas a ese caballero, y váyase luego a buena ventura».
Y el obispo hizo luego las cartas y diolas al caballero Amigo, y díjole que se despidiese luego del Rey. Y el caballero Amigo hízolo así. Y antes que el caballero llegase a la Infanta, vinieron caballeros del rey de Guimalet con pleitesía a la infante Seringa, que le tornaría las villas y los castillos que le había tomado, y que le diese su hijo que le tenía preso. Y la Infanta respondioles que no haría cosa ninguna a menos de su consejo del infante Roboán; ca pues que por él hubiera esta buena andanza, que no tenía por bien que ninguna cosa se ordenase ni se hiciese al sino como él lo mandase. Y los mandaderos del rey de Guimalet le pidieron por merced que enviase luego por él, y ella hízolo luego llamar. (....)

                                                  (Libro del Caballero Zifar. Los hechos de Roboán)

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Elizabide el vagabundo. Pío Baroja.

ELIZABIDE EL VAGABUNDO  Cer zala usté cenuben enamoratzia?  Sillau is hiri eta guitarra jotzia? (¿Qué creías tú que era el enamorars...